En su película Teorema, Pasolini nos lleva de visita a dos desiertos. Uno corresponde a la vida de los personajes, familia burguesa, y el otro, es el espacio árido, infinito, habitado por las dunas. En toda la película el desierto, como significante, sirve de punto de referencia para poder descifrar y comprender lo que sucede a cada miembro de esa familia cuando se les atraviesa, en la vida, un otro que les enfrenta con sus deseos, sus carencias, su vacío, y por ende, con la fragilidad, en su realidad.
La imagen del desierto resulta ser el lugar hacia donde apunta y enfoca, sin tregua, la cámara; este desierto simbólico y real, existe en el interior y afuera de los personajes, sirve para recordar al espectador dónde se encuentran éstos, y hacia dónde se dirigen. El desierto está ligado íntimamente al cristianismo; nos recuerda la cuaresma; el tiempo y el lugar donde permaneció Jesús buscando soledad, la paz necesaria, para su comunicación con Dios. Jesús fue al desierto en busca de Dios, pero, también, en ese lugar se encontró con Satanás; quien consideró, al desierto, lugar propicio para tentarlo.
Sin duda, el desierto es la metáfora perfecta para Teorema. Es idóneo, porque tiene todos los elementos, la capacidad para demostrar cuál es la impotencia, la fragilidad, y la locura a la que se puede llegar cuando se permanece en medio de esa inmensidad. El desierto, carismático, sensual, atrae; pero, expone las carencias. Al desierto se va en busca de algo, o de alguien. Es blando, se metamorfosea con el paso del viento, por eso, justamente, puede terminar convertido en una boca gigante capaz de tragar los restos, los residuos, lo que queda de uno. Replica los gritos de auxilio que nadie capta; como aquel, impotente, que lanza en la inmensidad, desnudo, revestido de ofrenda, el padre.
El huésped, que permiten que atraviese el muro, las rejas protectoras, la gran puerta y se posesiona de la casa, también toma los cuerpos de los que la habitan. A cada uno, cuando es “tocado” por ese joven, seductor, de mirada celeste, del tono del cielo, les impregna vida; pero, también les deja una dosis de frustración. Ya nadie puede vivir del mismo modo, como antes, de haberlo conocido. Sólo Pietro, el hijo, descubre para su angustia una salida diferente a la autodestrucción: aprende cómo expresarla; aprovecha su experiencia y se “salva” gracias al arte.
La presencia del huésped llena los vacios existenciales y los espacios de la casa. Todos quedan marcados por la huella de su presencia. Hasta sus ropas, las fotografías, el espacio del jardín, ante la mirada femenina, toman vida, remiten al cuerpo del joven visitante. El haber sido tocado, el contacto piel con piel; haber cedido al deseo de entregarse, ansiando también el otro cuerpo, bastará. Será suficiente para poner en evidencia el desierto interior en el que vivía cada quien: en soledad, aislado, y sin mayor comunicación. Ninguno de los personajes saldrá indemne luego del contacto con ese ser seductor, de la mirada profunda y tierna; quien representa y conoce sus más íntimos deseos. Él, es el único que sabe complacerlos y colmarlos. Por eso, luego de su partida cada quien lo buscará en los lugares más insólitos: en otros cuerpos jóvenes, en el sacrificio, ayuno, en la muerte, en la religión o en el desierto, a dónde fue Jesús en busca de Dios. Nunca sabremos quién logra hallarlo.
Esa familia, vivía vaciada de palabras: se comunicaban con el lenguaje corporal, relacionándose sólo con la mirada. Nadie compartió la relación que mantenían con el visitante, ninguno contó al otro sobre ese contacto físico, erótico, y sexual que mantenía con el huésped. Pero, a partir del vacío, de la ausencia, todos quedan problematizados, angustiados, y eso, les impulsa a expresar sus sentimientos; al menos con los espectadores. Utilizan las palabras para revelar, para que no quepan dudas, del estado en que quedaron. Lo hacen a través de una confidencia, reflexionada. Y el espectador no sólo es el testigo ocular de las imágenes que revelan el cómo se sienten, y cómo reaccionan ante la situación de pérdida, de duelo, sino también pasa a escucharlos; desde ese momento.
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