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Archive for febrero 2012

HOMBRE COMÚN

 

Alejandra Pizarnik

 

siempre reniega azules

conforme a la ruta

negra la línea recta

negra la tierra sana

 temblor  extraño que no agita 

pechos sí y no velludos

esperanzas no fundidas revuelven

 a él a ella a todos

mirad! su carne transborda

reminiscencias ganado opaco.

 

El intentar dilucidar el lugar dónde se encuentra el otro goce, en esta poesía de Pizarnik, o cuál es éste, me produjo una extraña sensación que se podría calificar de malestar, pero, luego, de júbilo, cuando creí haber podido descifrarlo. Y hasta ahora me pregunto si esa no fuera una de las intenciones de la autora, la incomodar al lector ofreciéndole versos que, aparentemente, no tienen ninguna relación. También percibí que dejó, estratégicamente, impregnados a todos sus versos de una dosis de misterio que impulsaban el deseo de querer descubrir ese goce ya disfrutado por ella, y que incentivaban el del lector, durante todo el recorrido que hiciese a través de ese laberinto poético.

Gracias a una pista, podemos dilucidar que “Hombre Común” se refiere primordialmente a un otro, lo notamos en el primer verso que está en tercera persona: siempre reniega azules, que luego lo enlaza con la tierra. Este primer verso más el título del poema produce una explosión de significantes en el imaginario del lector lo cual lo lleva a pensar en todas aquellas persona desgarradas de la tierra.

Y la palabra negra, que vuelve y se repite en el siguiente verso, se suma a ese imaginario para delatar un color. Todo lo anteriormente expresado y esa palabra negra irrumpen para producir un giro que lleva a considerar nuestro origen. Dirigen la  mirada hacia las imágenes de un Continente, lugar de la tierra, desde dónde salió la humanidad a poblar el mundo. Y desde el África nos llega toda la negritud, con sus luces y sus sones. Negritud en sus danzas, la de su poesía, y sus cadenas de esclavo. Así, este poema “Hombre Común”, enlaza a todos, con un solo nudo, con el alma africana.

Cuando este poema dice: mirad! su carne transborda. Ya no quepa ninguna duda de que habla de aquellos cuyo color es el negro. Los versos nos recuerdan la rabia azul de esta gente que fue arrancada de su tierra negra, que fue transportada fuera de ella como un simple grupo de ganado opaco. En ese acto, el blanco olvidó que la tierra negra garantiza una tierra sana.

Los versos, esperanzas no fundidas revuelven, a él a ella a todos, cantan el rechazo y la cólera; hablan por todos los negros. Representan a todo ser “humano común”, a aquél a quien la negritud recorre por sus venas. Pero, habla también por aquellos a quienes la negritud les surcará en el futuro. “Hombre común”, simbólicamente, representa la consciencia histórica; recuerda lo negro que vive camuflada en el blanco, y la blancura que cohabita en secreto dentro del negro.

 

Trabajo de cartel

 

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El artículo de Anne – Fausto – Sterling, Por qué no son suficientes macho y hembra, enfatiza en el hecho de que los seres humanos no son solamente ella y él, que también existen los otros; los que nacen como intersexuales.

En ese mismo artículo el psicólogo John Money, especialista en los defectos congénitos de los órganos sexuales, de la universidad de Hopkins, sugiere que los llamados intersexuales pueden constituir hasta un cuatro por ciento de los nacimientos. Esta afirmación obliga a realizar una profunda revisión a esta situación, que atañe a tal elevado número de personas y, por ende, a cuestionar a la sociedad que a pesar de tener evidencias de que estas personas nacen y crecen en su seno, se ha empeñado en minimizarlos o desconocerlos y que, al contrario, se ha comprometido decididamente con el criterio de que los seres humanos solamente nacen como hembras o machos.

Pero ya desde la época de los griegos se ha planteando, de alguna manera, la presencia de personas sexualmente diferentes, cuyas características hacen imposible catalogarlas dentro de uno de esos dos grupos. Tenemos, por ejemplo, el caso de Tiresias de quien se  dice ha experimentado las vivencias y los placeres de los dos sexos. El mito cuenta que un día que Tiresias caminaba por el monte Cileno vio copulando a dos serpientes y para separarlas las golpeó con su bastón.  Así dio muerte a la hembra, tras lo cual se convirtió en mujer (algunos aseguran que quien lo transformó fue Hera, disgustada por la muerte de la serpiente hembra, pues ella era la protectora del sexo femenino).

Se cuenta que durante el tiempo que fue mujer, Tiresias se casó y dio a luz a su hija Manto. Y se asegura que cuando volvió a ver a otros dos reptiles en idéntica situación, habían pasado ya siete años, golpeó esta vez al macho y recuperó su condición de hombre.

En la época helenística se contaba que Tiresias había nacido realmente como mujer, y con una gran belleza, que atrajo de inmediato a Apolo. Pero cuando Tiresias lo rechazó, éste lo convirtió en hombre para que sintiese, en carne propia, la fuerza del deseo masculino. Se afirma que posteriormente a este hecho ocurrió el episodio de las serpientes. En esta versión se atribuyen por lo menos seis veces el cambio de sexo, a Tiresias.

Con este mito, de alguna manera, se nos hace notar que el cuerpo humano cuenta con una capacidad de albergar, aparte de macho o hembra, una diferente forma de manifestación sexual y que puede llegar a ser hermafrodita; término que se aplica a todo ser vivo que reúne, en él mismo, los órganos masculinos y femeninos. Hermafrodita viene del griego, de la unión de Hermes y Afrodita. De acuerdo con esta  mitología, estos dos dioses engendraron a Hermafrodito, quien en su adolescencia se convirtió en medio hembra y medio macho, al fusionarse con el cuerpo de una ninfa de quien estaba enamorado. Así, por el estilo, podemos remontarnos hasta el mito de  Regis, previa a la creación de Adán, y volver a escuchar que esta posibilidad de convivencia de órganos sexuales en una misma persona, sí es posible.

En ese mismo artículo de  Anne – Fausto- Sterling, Por qué no son suficientes macho y hembra, se nos habla de una multiplicidad genética posible en el ser humano. Entonces, si el hábito hace al monje, ¿por qué nuestra sociedad se empeña en enfilar a sus ciudadanos en sólo estos dos grupos de género, y no tiene en cuenta las necesidades físicas y sexuales de ese otro grupo que, al parecer, tiene en su fila un alto número de personas, y más bien hace todo un despliegue de conocimientos y recursos para tratar de “subsanar” el error cometido por la naturaleza? En ese mismo artículo se nos llama la atención sobre la “buena fe” de los padres y los médicos que para satisfacer el imperativo de la sociedad, exponen a sus vástagos intersexuales a riesgosas operaciones y a largos tratamientos hormonales, para así “facilitarles” el desliz dentro una vida camuflada como hembras o como machos.

En el seminario sobre Cuerpo y Textualidad dictado por el doctor Diego Falconí, en la Universidad Católica Santiago de Guayaquil, hemos aprendido que el cuerpo es un texto que habla, un lienzo repleto de palabras e imágenes. Expresa cuánto simboliza, ese cuerpo, para el otro y para sí mismo. Es un cuerpo que piensa, y que habla. Y cuando lo hace es, por lo general, desde el “traje que viste”. El traje que llevamos se adhiere a uno como una piel. Es, en definitiva, parte de uno mismo; lo que nos identifica. De ahí el cuidado que se debe tener, desde el nacimiento, al momento de determinarlo. A veces, el traje, precede hasta al nombre; precede al nacimiento. La ropa rosada o celeste, en nuestra sociedad, señala el sexo al que pertenece un recién nacido. Por eso, ahora, es el momento de unir la voz al reclamo de un espacio y un reconocimiento justo, para todas aquellas personas que no visten ni de rosado ni de celeste.

Todos nos valemos del cuerpo para vivir y gozar, a cualquier nivel.  Y es el cuerpo quien delata los deseos y los imperativos propios de cada uno. Lo que habita debajo del traje que llevamos es el cuerpo, y lo primero que aparece una vez libre de esas envolturas son sus caracteres sexuales. Son estos caracteres, por encima de lo demás, los que se convertirán en pilares de nuestra personalidad e influirá, definitivamente, en lo que seremos a través de la vida y, radicalmente, al momento de la muerte. Porque el lugar dónde se nos coloque como seres sexuados quedará registrado al momento de nacer y a la hora de fallecer. Este es el resto, a veces es lo único inmortal, que queda de uno; de ahí su trascendencia y lo imperativo de una ubicación correcta.

 

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