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Archive for marzo 2021

Los temas que trata El séptimo sello son todos aquellos que inquietan al ser humano desde que concienció la nada, el vacío, que llena parte de su existencia y que su destino es siempre la muerte.

En un escenario en blanco y negro y ante la imponente presencia del mar, con sus olas y su música, Block, gastado por las batallas de las cruzadas, descubrirá la presencia de la muerte a su lado. Este hombre dedicará sus últimos días a cuestionar a la Muerte sobre los misterios de Dios, respuestas que no ha encontrado en las lecturas que ha realizado, en sus reflexiones, ni mucho menos durante sus cruzadas.

Entre los dos, la Muerte y él, se llevará a cabo una competencia de “ajedrez” que resultará ser la metáfora de la vida misma, esta abarcará a los demás símbolos presentes en El séptimo sello: a las manos que pueden extenderse hacia Dios, pero también son capaces de sostener el arma para ocasionar el mal a otros.

La mujer, en ese film, será representada, una vez más, como esa desconocida a quién se le atribuye poderes sobrenaturales y que es capaz de ver al diablo. Sin embargo, y lo irónico del caso, al hombre no se lo identifica con el mal, con lo demoniaco; producto de las evidencias de sus actos de crueldad, que lo deshumanizan y diabolizan. Llamará la atención los ojos y la potencia de la mirada de la joven condenada a muerte, y que el caballero no resiste. Él preferirá cerrar esos ojos a sostener esa mirada; no leer la recriminación de ese acto de crueldad y la injusticia de la condena de la que es testigo y no hace nada.

El rol de la luz es la de iluminar la escena para descubrirnos al ser humano dentro de la caverna en la que permanece y quien es incapaz de ver lo que hay fuera de esos límites porque esa misma la luz, y el resplandor del más allá, no se lo permiten. Dios, la muerte y los misterios que nos atormentan y de lo que significa lo eterno, la nada, se quedarán dentro de nosotros. Serán preguntas que convivirán como un huésped dentro de todos nosotros; siempre dentro de esa “caverna” que, sin embargo, mostrará una puerta abierta, una salida de acceso a ese otro “mundo” de lo desconocido que resulta imperceptible a los ojos.

  Mucho más se podría decir de esta película, de las escenas y los diálogos y monólogo que mantiene Block con la muerte. De la manera cómo delata en el juego de ajedrez su propia vida.

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A LA POESÍA

Luzrosario Araujo

Solo un momento me hizo soñar que la retuve,

                               con la magia de mi pluma y mis deseos.

            Solo un momento me hizo soñar

que era dueña de la palabra, el verso,

la rima; la poesía.

                     ¿Cómo pudiste ser tan generosa con Octavio,

                   mientras a mí me dejas suspendida con la pena de tu ausencia?

                           Le suplico a la sorda que no se deja

                                  embrujar por mis mañas de amor y ansias de escritura.

                    Cuando le hablo de los versos de Sabines,

                                               Se aleja indiferente y me deja

acompañada del papel en blanco y

arrugado; disfrutando a Paz cerca de Sabines.

¡Deja un verso para mi muerte!, le grito a Jaime, enfurecida, pero

tal como reaccionó Octavio;

me quedo con la pluma suspendida

y los dedos erizados.

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Comparto con ustedes un texto comparativo, entre Edipo rey, de Sófocles y Muerte de un viajante, de Arthur Miller, que redacte para un trabajo para la Universidad. No tiene ninguna “utilidad” si sigue ahí escondido en la computadora; lo comparto por sí a alguno le interesa.

El ser humano ante Dios y el destino, o frente al arco de la voluntad” (La primera parte del título corresponde a Edipo rey, y la segunda a Muerte de un viajante).

 Fernanda del Monte, en una entrevista, afirma que el teatro refleja el contexto de una época, da cuenta de los giros de la misma y muestra lo que no se puede ver.  Las palabras reflejan las verdades del mundo de una época determinada, los pensamientos de los personajes y su parte interior. Esa realidad subjetiva que no se puede ver, pero el espectador o lector sí puede intuirlo. Y eso es, precisamente, lo que sucede en estas dos obras: Edipo rey y Muerte de un viajante.

Las respuestas sobre el destino: ¿Qué es? ¿Cómo se nos revela? ¿De qué modo se representa artísticamente dicha idea y con qué poética se manifiesta? Va a obligar, al que intenta responder dichos cuestionamientos, a retornar la mirada a la época de la obra y a la estética predominante del momento. Por lo tanto, la idea de destino en Edipo va a diferir a la representada en Muerte de un viajante. Los cambios de mentalidad, como bien hiciste notar, que se dieron en el transcurso del tiempo, con la Ilustración y la influencia de Nietzsche, con su “Dios ha Muerto” y el «No hay hechos, hay interpretaciones»,  de Foucault.” cambiaron el paradigma del concepto de “destino” desde hace mucho tiempo.

Nuestros antepasados griegos nos enseñaron que el mito lleva intrínseco la necesidad del hombre de explicarse el origen de las cosas, responderse el porqué de una situación que incumbe a todos. Para los griegos clásicos el ser humano estaba atado a su destino. Los dioses, a través de sus intermediarios, daban a conocer la ruta ya trazada para esa persona, quienes no tenían ni libertad ni escapatoria. Edipo pudo, a través de la ayuda de otros seres humanos, dar un rodeo, retardar la llegada a su destino; pero su terquedad por conocer la verdad, enderezó el camino y lo precipitó a su perdición. La desmesura de su deseo por querer saberlo todo, y a toda costa, a pesar de haber sido advertido del peligro de esa verdad, demuestra que él no podía hacer nada contra los designios de la divinidad. Con su terquedad accedió a la revelación que lo dejó sin madre, ni esposa.

La identidad tiene un rol preponderante en la obra de Sófocles, ya que su personaje cegado por la rabia al descubrir que no era quién creía ser y al enterarse de lo que le deparaba la vida huye, y en esa huida ejecuta la orden del dios. Intentó evadir su destino, pero no lo logró. Edipo no razona, el tiempo lo ha trasformado; ya no es el joven astuto que venció a la “perra cantora”. Es un hombre cuya vida está marcada por la mentira: no es hijo de los que creía, no fue amado por sus verdaderos padres sido temido y abandonado.

Tampoco “conoce”, realmente, a su cuñado Creonte, primero le tilda de traicionero y, luego, le confía lo más sagrado: sus hijas. Descubrir que su vida estuvo entrelazada con la mentira le lleva a quitarse la vista; iluso que no cae en cuenta que se ve mejor con los ojos cerrados; como se lo demostró Tiresias.

Edipo rey representa la pasión por la verdad, el desenfreno por conseguir esa verdad que conocen los otros, los vasallos, y no él que es el rey. La pasión por adueñarse del conocimiento del otro lo convierte en un tirano; ordena que se le diga la verdad, pide la condena impuesta para el asesino, y sufre las consecuencias de su desborde y apasionamiento.

Yocasta, por su lado, decide suicidarse para no tener que mirar a los ojos a ese hijo que ordenó abandonar en la selva y cuyo destino era nacer para morir; un ser para la muerte y no para el amor y la procreación. Edipo fue doblemente condenado a muerte: una vez por su propia madre y otra por la misma muerte; pero esta última aún no se puede cumplir: Edipo sigue aún vivo gracias a sus aliados, sus lectores que lo protegen, porque, aunque alojado en la selva, muchos somos testigos de su voz en el siglo XXI.

El tema de Edipo incomoda, se lo siente lejano; porque es una situación de “incesto”. Una relación sexual, madre hijo está vinculada con los animales que van perdiendo la memoria de la relación que mantuvieron con la que los parió. Aunque, como lector, lectora, uno se pregunta sobre lo que se intuye de “Yocasta” que vivió sin ver. Pasó su vida ciega, ni siquiera indagó sobre la suerte de ese hijo entregado a la muerte. ¿Cómo fue posible que no le inquietara ningún rasgo de ella o de su anterior esposo en su actual relación? Freud pudo con “Edipo rey” elaborar su teoría del complejo de Edipo, base del psicoanálisis, y así concienciar sobre cualquier otro caso.

En “Muerte de un viajante”, la expresión: “Hay que ser un gran hombre para triunfar en la selva”, me llevó a pensar en el lugar donde se refugió Edipo: la “selva” como metáfora de un lugar lleno de peligros.

Ambas piezas teatrales están relacionadas con el sentido de la verdad y la mentira: sus personajes no pueden soportar la verdad: ni Edipo, ni Willy Loman. Edipo desea saber la verdad, pero Loman no quiere saber nada de ella; ni escucharla. Para no visualizar su traición a Linda prefiere escapar y luego suicidarse. Su hijo se empeña en sugerirle, en recordársela, pero él siempre huye. Es más, es capaz de planificar su suicidio, engañándose a sí mismo que es para el bienestar de su familia, cuando posiblemente sea para silenciar la voz de su conciencia.

En “Muerte de un viajante” el conflicto está presente dentro de las relaciones entre allegados y familiares más cercanos. Presenta en forma objetiva el ambiente en donde se desarrollan las acciones que están regidas por la mentira, la deshonestidad y la ambición.  Lograr el bienestar económico sin mayores esfuerzos, solo en base al aspecto físico, impulsa a Willy Loman a cometer actos de corrupción: apoya a sus hijos en la deshonestidad académica. La familia Loman crece en la fantasía de que todo se puede lograr con el aspecto físico, la presencia, la sonrisa, y la buena impresión, pero cuando todo eso se evapora explota el conflicto y hace presencia la angustia. Esta pieza, a diferencia de la de Sófocles, utiliza, a mi criterio, un lenguaje realista, libre de poesía y alejado del sentido del humor. En toda la obra el lector se enfrenta al espejo que lo refleja, y pone en evidencia la tensión que se origina al enfrentar a la realidad, a la sociedad, a lo cotidiano y a lo que incomoda. Tiene una temática a la que se la percibe cercana, por eso no agrada. La ironía hace su entrada cuando la familia ya no tiene deudas y quién luchó para conseguirlo ya no está para disfrutarlo.

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En Aura me llamó la atención el tipo de narrador que utiliza Carlos Fuentes para contar su historia.  Se vale de una “voz”, que la vinculé con una masculina, y con una forma de hablar en modo “casi” imperativo. “Personaje” que ejerce su oficio desde el tú, segunda persona del singular, para, en definitiva, sugerir que es la memoria de ese otro a quién se dirige, o sea, de Felipe Montero, quién, finalmente, se descubre como el general Llorente, esposo de Consuelo.

También, atrajeron poderosamente mi curiosidad los nombres de las mujeres: Aura y Consuelo; que me llevó a relacionar a una de ellas con el “halo”, mucho más cuando en alguna parte del texto Felipe compara a Aura con la luna. Y el de Consuelo, que lo relacioné con consolación, resignación; que es lo que, finalmente, es lo que le sucede cuando, a pesar de su fuerte deseo de concebir, no lo logra. Pierde la juventud y la belleza, junto al ser amado y al amante. Y se tiene que consolar con los pocos momentos que se lo permite su “aura” al corporizarla como ella lucía de joven. Y de observarse siendo amada y poseída por un joven historiador a quien llega a hipnotizar con el verde de sus ojos descubiertos, también, a través de las palabras con las que describe su juventud y belleza el general Llorente, leídas en unas páginas que él debe pulir, para publicar.

cuando escribió su historia Carlos Fuentes, me parece, que tuvo muy presente la propuesta de Nietzsche sobre el “eterno retorno”. Toda la novela trascurre en un fluir de recuerdos, esa voz que pronostica a Montero cada uno de sus movimientos, lo que encontrará o le pasará; como si las cosas ya sucedieron, y lo único que él está haciendo es revivir esa experiencia del pasado. El lector es testigo auditivo, y por el poder impregnada en esa voz, representa en su imaginación las escenas, las descripciones y los pasos, de esa vivencia que esa “voz” ayuda a revivir; a retrotraerlos desde el olvido. “Voz” que habla a Felipe en presente y solo enmudece en los diálogos con Aura y cuando habla con Consuelo. Y es, también, la que da a conocer al lector los pormenores de lo que sucede en ese edificio “Tezontle”, dentro de esa casa sombría, ubicado en pleno centro de la ciudad.

Si bien es cierto, la “voz” es uno de las protagonistas y narradora de la historia, la mirada tiene un rol preponderante. Los ojos irradian el verde, presente en los ojos de Aura y en los objetos, relacionados con lo bello. También, la mirada es testigo del color de los ojos de Saga, la coneja, y de los de Consuelo, ya envejecidos. Del rojo, como la sangre del sacrificio; color que se nota desde el primer encuentro que mantiene Felipe con la anciana; descubierto en los edredones de seda roja que reposan sobre la cama.  El lenguaje corporal, manifestado a través de la mano que le extiende Consuelo y la danza que Felipe realiza con Aura, enlazan a todos los sentidos. El olfato, no está ausente, se manifiesta vivamente a través de los olores de los espacios de la casa y de la comida, otro signo del “eterno retorno”; lo mismo cada noche: riñones; que me impulsaron a relacionarlo con la duplicación; tal como sucede entre Aura y Consuelo. Y sucederá, luego, entre Felipe y Llorente.

Los sentidos están presentes dentro de expresiones como: “no la sigues con la vista, sino con el oído; sigues el susurro, el crujido de un tafeta y estás ansiando, ya mirar, nuevamente esos ojos”. Como lectora me pregunté, ¿qué denota la música de la campana que delata la presencia de Aura, si son tan pocos en la casa? ¿Cuántos seres invisibles pernoctan ahí?  El lector se encuentra con párrafos llenos de poesía que delatan el involucramiento de los sentidos, tal como: “Al fin podrás ver esos ojos de mar que fluyen, se hacen espuma, vuelven a la calma verde, vuelven a inflamarse como una ola: tú los ves y te repites que no es cierto, que son unos ojos verdes idénticos a todos los hermosos ojos verdes que has conocido o podrás conocer. Sin embargo, no te engañas: esos ojos fluyen, se transforman, como si te ofrecieran un paisaje que solo tú puedes adivinar y desear”.

En Aura debí imaginar, o intuir, la simbología de una serie de animales mencionados, por alguna u otra razón, en el texto: la manija cabeza de un feto canino, que se supone marca el antes y el después de la vida de Felipe Montero “el paso del olvido al reencuentro con su otro yo; el general Llorente. Saga es otro ejemplo, una coneja, animal que tradicionalmente representa la fertilidad, representa la “memoria” de Consuelo, para que persista en su ritual de retrotraer el pasado. Los gatos que, posiblemente, con sus maullidos recuerdan a esa anciana a un recién nacido, que nunca tuvo entre sus brazos. Por otro lado, el macho cabrío, me llevó a recordar los sacrificios realizados en la Grecia antigua, para solicitar favores de toda índole.

Y así les fui encontrando respuesta a algunos de estos símbolos como pasó con la escalera de caracol, que me llevó a mirarla como el “mundo”; circular como una “Rayuela”.  Pero, ¿qué significaban esos veintidós escalones que debe escalar Montero, para llegar al lugar donde lo espera la anciana, con su vejez, su coneja, su sobrina, sus ritos sacrílegos en los que los diablos gozan de la libertad vedada a los santos? ¿Se necesita dar ciertos pasos a la derecha, o a la izquierda; subir veintidós escalones para empezar el proceso de reencarnación? Esa será la incógnita que quedará rondándome en la cabeza.

Luego de leer este texto, que escribí hace un tiempo ya, agregaría una reflexión más; la relación de Aura con el amor. Todos nos enamoramos de la proyección de la creación que el otro hace de sí mismo, o que uno elabora. Nos aferramos al “fantasma” del ser amado idealizado; ya sea hombre, o mujer. Aura refleja esa relación; imaginamos que el otro es lo que ansiamos que sea. Amamos y nos aferramos a ese “alguien” irreal; creación de nuestros deseos y necesidades. 

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